Dios y las estrellas
«Un día, el sabio P. Rodés, que Dios tenga en gloria, dio una magnífica conferencia ilustrada con fotografías celestes, alguna con tal profusión de estrellas, que semejaba lluvia de confetti.
Proponíase el buen sabio dar una idea de la inmensidad de Dios ensanchando las dimensiones del universo visible.
Algunos de los oyentes, escépticos en materia científica, considerábamos que muy bien pudiera acontecer que los astrónomos estuvieran inflando el cosmos, y que la inmensidad de Dios, incomparable con cualquier magnitud material no sufre menoscabo aunque descubramos—cosa muy posible, pues la verdad científica es siempre provisional y variable—que lejos de ocupar el universo el vertiginoso número de leguas que los astrónomos modernos, pródigos en ceros a la derecha de la unidad, se esfuerzan en asignarle, sus reales proporciones son las que modestamente calculaba Ptolomeo. No sería por ello, ciertamente, Dios más pequeño, aunque acaso lo fuesen los sueños del hombre.
A este respecto, algo nos enseña la sabiduría oriental.
Descansaba una noche en el desierto el famoso Coronel Lawrence—el de la revuelta de Arabia contra los turcos durante la gran guerra—con varios jefes árabes. Nasir observaba las estrellas con los gemelos del coronel. Los pueblos del desierto es fama que han sido los primeros observadores de la bóveda celeste. Sin embargo, Nasir se asombraba entonces descubriendo luminarias desconocidas. Lawrence aprovechó la oportunidad para hacer una «lección ocasional» de astronomía flammarionesca. Esto reforzaba su prestigio, y por lo tanto, la política de Inglaterra.
De pronto, Auda, el jefe de los Abu Tayi, un noble, pero un verdadero bandido del desierto, le interrumpió:
—¿Por qué aspiran siempre los occidentales a abarcarlo todo?. Detrás de nuestras estrellas, nosotros podemos ver a Dios, que no está detrás de vuestros millones de estrellas… Nosotros conocemos nuestro desierto, nuestros camellos, nuestras mujeres; el resto y la gloria pertenecen a Dios. Si el fin último de la sabiduría consiste en añadir estrella a estrella, nuestra ignorancia tiene mayor encanto.
De este modo, la fe ruda de aquel guerrero ignorante descubría el fallo de la ciencia del astuto coronel inglés.
El jefe de los Abu Tayi comprendió súbitamente que los millones de leguas que los occidentales colocan entre los astros menos apartados, lo que hacen en realidad es alejar al hombre de Dios, dejándolo perdido en un cosmos científico y laico, y que toda la ciencia moderna—en su aspecto teórico— se reduce a la cuenta banal de añadir estrella a estrella, o átomo a átomo, sin fin y sin descanso… Y acaso sin objeto.
Acaso esté más cerca de Dios el árabe ingenuo que no conoció a Jesucristo, que el sabio inglés que, habiéndolo conocido, contando átomos y estrellas, llegó a olvidarlo.»
Vicente Martínez Risco y Agüero, escritor, político y ensayista.
El libro de la Horas.
Excelente..