El pueblo minero de Centralia, Pennsylvania, EE. UU., sufre una agonizante tragedia desde la década de los sesenta: un terrible incendio subterráneo en sus minas de carbón, imposible de extinguir, ha convertido el lugar en un verdadero infierno terrenal.
«¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!»
Divina comedia, «Infierno», Canto III. Dante Alighieri
A pesar del interés que despierta la pequeña población de Centralia, al este del estado de Pennsylvania, no posee la fama de otras grandes catástrofes. Todavía hoy, gracias a la persistencia de cientos de voluntarios que desean preservar la historia de la ciudad, se puede llegar a esta tierra humeante y casi devorada por el bosque desde la Interestatal 81 y una serie de carreteras secundarias que discurren en dirección a Ashland. Las casas que siguen en pie no llegan a la decena y el resto del entonces bullicioso pueblo se resume en un limitado entramado de asfalto lleno de grietas y socavones.
El inicio de este asentamiento originalmente minero se remonta a principios del siglo xix, y no son pocos los hechos que a lo largo de su historia han manchado esta tierra de sangre y violencia. Con el comienzo de la explotación del carbón de antracita en Pennsylvania por las grandes compañías, se funda la prometedora ciudad de Centreville, que años más tarde pasaría a llamarse Centralia. Es en la década de 1870 cuando miles de mineros irlandeses llegan esperanzados a estas tierras en busca de trabajo y un nuevo hogar. Los problemas sindicales de la época, los continuos abusos laborales y la explotación de los mineros en funestas condiciones son algunos de los coletazos que terminan truncando el sueño minero. Todo ello, unido a la crisis financiera de 1873 (conocida como Panic of 1873), crea un caldo de cultivo que da vía libre para que poco a poco la situación vaya agravándose. Así se dará lugar a condiciones poco menos que esclavistas, con numerosas palizas, horribles muertes debidas a falta de seguridad y continuos incendios dentro de los túneles. No es de extrañar, por lo tanto, que en estos mismos años comiencen a extenderse por todo el estado de Pennsylvania las agrupaciones secretas y clandestinas de mineros unidos contra el despotismo del poder industrial. Así es como llega a constituirse en Centralia una poderosa célula de los Molly Maguires; sociedad compuesta por mineros irlandeses que hacían uso de la violencia, la intimidación e incluso el asesinato contra los terratenientes. Para devolver el mismo trato que les habían dado a ellos, los mollies (apelativo con el que se conocía extraoficialmente a este grupo organizado) lucharon en defensa de los mineros al más puro estilo del héroe romántico: huyendo de la justicia, quebrantando la ley y provocando innumerables y graves altercados. Su lucha —reflejada en películas tan interesantes como The Molly Maguires (Odio en las entrañas, 1970)— sirvió de excusa para perpetrar horrendos asesinatos, como el del fundador de Centralia, Alexander Rea, en 1868. Por este último hecho fueron finalmente apresados y condenados a muerte.
Aquella terrible ola de violencia (a menudo ocultada en la historia) dejó rescoldos, como los de un fuego sin apagar, que aún siguen vivos bajo la tierra. Envidias, acusaciones en falso o represiones públicas son algunos de los factores que fueron llenando de odio el pueblo de Centralia a lo largo de las décadas siguientes. Sin embargo, la decadencia de la población llegaría en la década de 1960, cuando las compañías industriales empezaron a abandonar la explotación del carbón en favor de otro tipo de combustibles y energías.
Pero la circunstancia que realmente convirtió este pueblo en un espectro infernal ocurrió en 1962, año en el que se produjo un fatídico incendio de magnitudes inconmensurables bajo la tierra sobre la que descansa Centralia. Aún hoy día, son inexplicables los motivos por los que comenzaron a arder las minas de forma incontrolada. Existen diferentes posturas: desde la de aquellos que achacan la tragedia a la quema de basuras durante esa época, hasta la adoptada por los ancianos del lugar, que aseguraban que existía un misterioso pozo en llamas del que escapaban extraños y quejumbrosos ruidos surgidos de las profundidades de los túneles descubiertos en los años treinta. La opinión de los ocho habitantes actuales de Centralia, quienes se negaron a abandonar el infierno despertado en sus tierras, roza la teoría conspiratoria, ya que señalan directamente al gobierno como culpable. Creen que todo fue una treta para apoderarse de las importantes vetas de carbón de la zona. Dejando a un lado la locura paranoide de esta última supuesta causa, lo sorprendente de toda la historia de Centralia es que el incendio jamás pudo sofocarse. Se propusieron decenas de soluciones y se tomaron fuertes medidas durante las décadas posteriores, pero el fuego subterráneo continuó su violenta combustión desquebrajando calles, expulsando grandes columnas de humo de la tierra y escupiendo rescoldos entre las llamas de los socavones.
Durante los años setenta y ochenta el problema comenzó a hacerse cada vez más patente, pese a que aún quedaban más de un centenar de habitantes que habían depositado sus esperanzas en el fin de las llamas. La alerta cundió cuando el propietario de la gasolinera del pueblo descubrió, mientras revisaba los tanques subterráneos de gasolina, que el carburante se encontraba a casi 80 ºC (la temperatura más alta recomendable es de 20 ºC). Otro hecho alarmante fue la caída de un muchacho por un hoyo de cincuenta metros de profundidad, que se abrió bajo sus pies mientras jugaba en el patio trasero de su casa. Finalmente, todo el pueblo fue obligado a marcharse por un programa de reubicación del gobierno central, que condenó Centralia a su clausura en 1992 (todavía hoy se pueden leer los múltiples carteles de advertencia que informan sobre la inestabilidad del suelo, los gases expulsados y el peligro de muerte). Hubo una serie de demandas de algunos propietarios que acabaron resolviéndose a favor de los habitantes a principios de 2007. Nueve personas retornaron a sus tierras, bajo su propia responsabilidad, pese a lo inhóspito del paisaje, lleno de gases tóxicos que continúan emanando del interior de la tierra.
Un dato curioso es que en los años siguientes al inicio de la terrible tragedia, eran muchas las escuelas católicas que tenían sede en la zona, las cuales aportaron su propia conjetura ideológica al misterio de Centralia: sin duda todo el odio, la violencia y la sangre derramada a lo largo de los años habían corrompido la tierra hasta el punto de que el mismísimo infierno se abría paso hacia la superficie.
Es interesante constatar cómo la historia de Centralia, pese a su agonizar actual, sigue más viva que nunca, al igual que las llamas que lamen la ciudad desde el interior. El infierno de este lugar ha inspirado a cientos de artistas a lo largo del tiempo con poemas, novelas, una ópera rock y algunas películas. Entre estas últimas, la que más llama la atención es Silent Hill (2006). aunque está basada abiertamente en la conocida saga de videojuegos, su guionista, Roger Avary, se inspiró en la población de Pennsylvania. Más allá de las obras de ficción, Centralia sigue despertando gran interés entre investigadores y curiosos, que han retomado esta historia en varios reportajes (como el de BBC News), interesantes documentales (entre los que destaca el realizado en 2007 por Chris Perkel y Georgie Roland, The Town That Was) y en el excelente trabajo de investigación realizado por David DeKok en su libro Fire Underground: The Ongoing Tragedy of the Centralia Mine Fire (2009).
Con todo, la tierra humeante de Centralia sigue en pie, quejumbrosa y agrietada, quebradiza y débil, siendo devorada lentamente por dos de las más poderosas fuerzas de la tierra: el fuego que la golpea desde abajo y la naturaleza que poco a poco engulle la ciudad. En un pequeño rincón, enterrada a buen recaudo de las llamas, aún espera dormida la cápsula del tiempo que fuera depositada en 1866 con la historia de la ciudad. según reza su inscripción, debería abrirse en 2016. Si el fuego no los devora ¿cuántos secretos más desvelará el infierno de Centralia?
Madrid, 1987. David Hidalgo es filólogo hispánico, teórico de la literatura, crítico cultural, escritor de relatos y guionista de cómics. Combina su formación académica y sus intereses literarios y cinematográficos enfocados hacia el horror narrativo redactando artículos para diferentes revistas y webs. Actualmente es Coordinador de Literatura de la Semana Gótica de Madrid.