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Canto primero
El incendio de los Pirineos

«¿Ves ese mar que a un polo desde el opuesto alcanza?
De Hespérides alegres fue plácido vergel.
Cual monstruo que custodia un campo de matanza,
Aún arroja el Teide, bramando, restos de él.

Aquí Atlantes luchaban; allá surgían egregias
Ciudades; doquier trinos y canto virginal.
Hoy focas se congregan en sus mansiones regias
Y en prados de corderos florece ya el coral.

Aquí extendió sus márgenes el continente hesperio
Nadie sabe qué tierra, qué mar le limitó;
Empero el sol que abarca de un golpe el hemisferio
Jamás de extremo a extremo al par iluminó.

Áureo yugo que unía las tierras ponentinas
Era y corazón de ellas, cual fuente del Edén,
Brindábales con aguas serenas y argentinas
Y sus inmensos brazos del mundo eran sostén.

Por él, como por puente florido y anchuroso
Pasaban en las alas de un Mayo perennal,
Aves de varias plumas y trino cadencioso,
Tesoros, cantos, gérmenes, fragancia virginal.

Atlas era su rey, el que con sabia mano
Del cielo azul los signos a un globo transportó;
El que del sol y el astro que gira más lejano
La danza misteriosa y armónica explicó.

Así le vio de. griego la mente soñadora
Cual monte coronado de estrellas, sin ceder
Bajo la inmensa bóveda del cielo abrumadora,
Su máquina con firmes espaldas sostener.

En estatura y músculos sus hijos le igualaron,
Mas frágil fue su pecho cual vaso de cristal;
Pues luego que cien reinos y tronos derrocaron
Lanzar a Dios quisieron del suyo celestial.

Pero una noche alzáronse bramando mar y cielo;
Cual hoja expuesta al Bóreas, Europa trepidó;
Y al alba despertándose, buscó en su amante anhelo
Al mundo hermano, y llena de espanto no le vio.

Y aún saboreando sus últimos abrazos,
– ¿En dónde estás? ¡oh Atlántida! -clamaba en su viudez-
Anoche, cual solía me adormecí en tus brazos;
Y en vano ya los míos te buscan otra vez.

-¿Donde estás?… Y donde la hermosa las almas atraía,
-Yo la he tragado ¡Plaza! responde ronco el mar;
Tenderme entre las tierras quiero desde este día;
¡Ay de ellas si me place mi lecho desanchar!

Con su terrible diestra la hundió el Omnipotente,
Tragóla el mar, cadáver: ya solo se ve allí
Cual dedo de su mano el Teide prominente
Que va diciendo al hombre: «la Atlántida fue aquí.»

Mástil de un bajel roto, cien islas la rodean,
Cual destrozados miembros de impura Jezabel;
Cuando al pasar los siglos el grande estrago vean,
Dirán: «¡en esto paran las sendas del infiel!»

Gigante fue que alzóse contra el Olimpo en guerra:
De oriente hasta Occidente su brazo dominó;
Y al cielo, no contento con oprimir la tierra,
Subir por coronarse de estrellas pretendió.

Mas del Tonante horrenda, derrocadora llama
lanzó desde su grada de riscos al Titán
A un mar de azufre y fuego, do se retuerce y brama
Bajo la mole inmensa del hervidor volcán.

Y a ti ¿quién salva ¡oh nido de la nación libera!
Cuando la mar el árbol, de donde pendías, cubrió,
Cuando el bajel do estabas cual góndola ligera
Sujeta, en dos pedazos abierto, se anegó?

¡Dios! Del tesoro naufrago enriqueció tu popa
Y del Pirene altísimo te amarra al peñascal,
bajo esplendente cielo, tras el mural de Europa
Y entre risueños mares, cual Venus celestial.

Por eso en ti los griegos a Pluto colocaron
Viendo entre argénteas peñas tu hermosa faz surgir,
Mejor que oro de Cólquida vellón en ti encontraron;
Diste el Elíseo a Homero, a salomón Ofir.

Al ver que su heredera la Atlántida te deja,
los pueblos que te adulan dijeron: ¡bien está!
¿Qué importan de tu jarro los trozos de abeja
Si flor de lo futuro les quedas tú?… ¡Mas ah!

Cuando furioso el viento conmueve el hondo abismo
Del mar entre el diálogo escucho su honda voz;
Gemido que aún le arranca doliente el cataclismo
Diciendo a sus hermanas con eco triste: «-¡Adiós!

«Fui la mayor; mis hijas llamaros bien pudieran;
Dormía entre madréporas Europa la gentil,
Hilera de islas Cáucaso y el Apenino eran,
Y ya ornaba mis sienes con rosas el Abril.

«Ví alzarse de su lecho a Nápoles e Iberia;
Vi a Grecia, Sahara, Egipto en lo interior del mar;
Via la ola que me cubre jugar sobre Siberia,
los Alpes como vértebras de Europa, erguirse al par.

«Giganta yo, cual mano de Dios, el orbe ansía;
Pirene, estrella y Atlas por dedos recibí,
Más el abismo, abriendo su fauce, hundióme un día
Mientras los elementos danzaban sobre mí.

«¿Y vosotras? Vosotras el mar que aún os abruma
Lanzáis sobre mi espada y al sol miráis brillar,
Me dais como sudario vuestro cendal de espuma,
Y sonreís cual huérfanas de madre al despertar.

«¿Qué vale que mi nombre Platón muestre a la historia
Bordado con estrellas en el celeste tul,
Si ya de mí perdisteis, ingratas, la memoria
Y para siempre azótame inmenso el mar azul?»

¡Señor de las venganzas! aliento da a mi cántico,
Diré el terrible golpe que la estrelló en el mar,
E hizo al mediterráneo y al anchuroso Atlántico
Por desunir los mundos hirvientes rebosar.»

Jacint Verdaguer i Santaló, sacerdote y poeta
De su poema La Atlántida

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