Carta pública dirigida al Sr. Alphand, comisario de la Exposición.
Le Temps 14 de febrero de 1887.
Nosotros, escritores, pintores, escultores, arquitectos, apasionados aficionados por la belleza de París hasta ahora intacta, venimos a protestar con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra indignación, en nombre del gusto francés anónimo, en nombre del arte y de la historia francesa amenazadas, contra la erección en pleno corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa torre Eiffel, a la que la picaresca pública, a menudo poseedora de sentido común y espíritu de justicia, ya ha bautizado con el nombre de Torre de Babel. Sin caer en la exaltación del chauvinismo, tenemos el derecho de proclamar alzando la voz que París es la ciudad sin rival en el mundo. Por encima de sus calles, de sus amplios bulevares, a lo largo de sus admirables avenidas, en mitad de sus magníficos paseos, surgen los más nobles monumentos que el género humano haya creado. El alma de Francia, creadora de obras maestras, resplandeció entre esta floración augusta de las piedras de Italia, Alemania, Flandes, tan orgullosas, y con razón, de su legado artístico, pero no poseen nada que sea comparable a las nuestras y desde todos los rincones del universo, París ha atraído la curiosidad y la admiración. ¿Vamos a permitir profanar todo eso? ¿La ciudad de París va a relacionar los más antiguos edificios barrocos con las mercantiles imaginaciones de un constructor de máquinas, para afearse irreparablemente y deshonrarse? Pues la torre Eiffel, que incluso la capitalista América no querría, es sin dudar ¡la deshonra de Paris! Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo dice, todos se afligen profundamente, y nosotros no somos más que un debil eco de la opinión universal y legítimamente alarmada. Cuando los extranjeros vengan a visitar nuestra Exposición, exclamarán asombrados: “¡Cómo! ¿Es este el horror que los franceses han encontrado para darnos una idea de su gusto tan halagado?” Tendrán razón burlándose de nosotros, porque el París de los sublimes góticos, el París de Jean Goujon, de Germain Pilon, de Puget, de Rude, de Barye, etc., se habrá convertido en el París del Sr. Eiffel. Para hacerse una idea de lo que adelantamos, basta además imaginarse una torre vertiginosamente ridícula dominando París, así como una negra y gran chimenea de una fábrica, aplastante con su enorme masa. Notre Dame, La Sainte-Chapelle, la torre SaintJacques, el Louvre, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo, todos nuestros monumentos humillados, toda nuestra arquitectura venida a menos, desapareciendo entre ese sueño asombroso. Y durante veinte años veremos alargarse sobre toda la ciudad, todavía estremecida por el genio de tantos siglos, como una mancha de tinta, la odiosa sombra de la odiosa columna de hierro forjado. Son ustedes, los que tanto aman París, los que la han embellecido y protegido contra las devastaciones administrativas y el vandalismo de las empresas industriales, a quienes corresponde el honor de defenderla una vez más. Nosotros llamamos su atención para pleitear por la causa de Paris, sabiendo que dispensarán en ello toda su energía, toda la elocuencia que debe inspirar a un artista la belleza del el amor, lo que es grande y lo que es justo… Y si nuestro grito de alarma no es oído, si nuestras razones no son escuchadas, si París se obstina en la idea de deshonrar París, al menos ustedes y nosotros habremos hecho escuchar una protesta que honra.
Fdo., entre otros
Guy de Maupassant, Charles Gounod, Victorien Sardou, Charles Garnier, François Coppée, Sully Prudhomme, Leconte de Lisle, William Bouguereau , Alexandre Dumas (hijo), Ernest Meissonier, Joris-Karl Huysmans y Paul Verlaine.

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