Categorías de lugar: CastillosEtiquetas de lugar: ángeles, Esculturas y Fortaleza
Sobre un alto promontorio a cuyos pies se extiende el río Aragvi, en la reserva de Zhinvali en Georgia, se yergue magnífico el castillo-monasterio de Ananuri, casa de la familia ducal homónima al río.
Ubicado próximo a la llamada carretera militar de Georgia, que une este país con la república rusa de Osetia del Norte, detentó una posición estratégica desde la Alta Edad Media hasta, prácticamente, el inicio de la Edad Contemporánea. Los Aragvi, grandes señores feudales de los siglos XIII al XVIII, fueron finalmente derrotados por el duque rival Shanshe de Ksani, quien masacró a los habitantes de la fortaleza, resultando esta incendiada y seriamente dañada. Tras diferentes visicitudes, en el siglo XIX quedó definitivamente deshabitada, estando en la actualidad pendiente de reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El conjunto, de gran interés histórico, arquitectónico y paisajístico, cuenta entre sus numerosos edificios con dos núcleos fotificados con sendas torres y un par de iglesias, de las cuales una, mas antigua (principios del XVII), está consagrada a la Virgen y la otra (construida hacia 1689), quedó bajo la advocación de la Asunción.
Ambos templos están ricamente decorados en sus fachadas (sobre todo el más tardío) con diferentes motivos ornamentales. Entre esa profusa decoración, nos encontramos reiterativamente con figuras de ángeles alados.
Y son precisamente los prototipos de estos ángeles los que resultan enigmáticos por su fisonomía: de cabeza voluminosa, esta es muy amplia por el cráneo, afilada hacia el mentón y sin rastro de cabello; las orejas, desproporcionadamente pequeñas o inexistentes; los ojos enormes, almendrados y oblicuos; la nariz sólo insinuada; y la boca dibujada como una breve ranura inclinada hacia abajo.
Desde luego que tan extraña apariencia plasmará, sin duda, el arquetipo artístico del momento y el lugar pero, hay que reconocer, que resulta inquietante observar ángeles calvos, añosos y con una mirada… tan poco humana.
Fotografías: Esther Núñez Pariente de León.
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