El Cementerio alemán de Gorlice

Numerosas tumbas de guerra salpican los paisajes de Europa. En especial se recuerdan las guerras mundiales por la cantidad de muerte y destrucción que lograron sembrar con apenas dos décadas de diferencia entre una y otra. Tras el mortal atentado contra la pareja imperial austro-húngara (el archiduque Francisco Fernando y su esposa) en Sarajevo el 28 de junio de 1914 la Primera Guerra Mundial empezó a andar. A partir de entonces el endiablado mecanismo de los sistemas de alianzas se puso en marcha. La guerra fue una auténtica lucha de imperios: Gran Bretaña, Francia, y Rusia contra Alemania y Austria-Hungría, en principio. En el Frente Occidental se desarrolló la denominada “guerra de posiciones o de trincheras”. En el Este de Europa hubo más movilidad en los combates. El numeroso, aunque mal preparado, ejército ruso se enfrentaba a las tecnificadas tropas del Imperio Alemán. En el territorio de la actual Polonia (entonces una provincia del Imperio ruso), tuvo lugar unos de los choques más sangrientos de la contienda. La conocida como Ofensiva de Gorlice-Tarnów (primavera de 1915), comenzó como una operación secundaria para aliviar a los austro-húngaros de las arremetidas rusas pero, finalmente, el resultado, fue inesperado. Las tropas alemanas destrozaron las defensas rusas y lograron el colapso del Tercer Ejército ruso. Testimonio mudo de aquella carnicería es el cementerio alemán de Gorlice (Nº 123), construido en la colina Pustki. En las tumbas que conservan adivinamos nombres de los caídos alemanes, rusos y austro-húngaros, (éstos últimos incluían diversas nacionalidades). Una cruz de madera de reciente instauración nos da la bienvenida. El cementerio está rodeado de bosques y lo más curioso es que las tumbas no están separadas por nacionalidad. El descanso eterno ha reunido, sin distinción, a aquellos hombres que lucharon encarnizadamente entre sí.