La gastronomía es uno de los aspectos diferenciadores de una cultura. Tanto es así que cuando viajamos siempre recomiendan probar los diferentes platos típicos de cada zona para que nos hagamos una idea más nítida de cada pueblo. Por los viajes al extranjero somos conscientes de lo saludable de la dieta mediterránea y no faltan buenos viajeros que como comensales en otros países claman aquello de “Como en casa, en ningún sitio”. Nos asombramos continuamente al conocer qué animales son considerados manjares en unas zonas del planeta o la afición obsesiva por el picante en otras. Pero… ¿qué ocurre cuando el ingrediente principal de la receta es lo que realmente nos horroriza? Condenado en la actualidad, adjetivado de inhumano y rechazado en el Primer Mundo, el canibalismo todavía sigue siendo un oscuro episodio de la humanidad que no ha terminado de erradicarse…

Existen evidencias de canibalismo desde la Prehistoria hasta que quedó anclado en el siglo XIX en casos aislados de algunas culturas del Pacífico Sur. Hoy en día son célebres los korowai, originarios de Papúa Nueva Guinea, una de las pocas tribus que comen carne humana y conocida gracias a la labor de investigación y acercamiento del antropólogo Paul Raffaele. La mayoría de los korowai, según Raffaele, viven aislados del mundo y no conocen más allá de su hábitat, sus rituales caníbales se basan en matar y devorar a aquellos que consideran khakhua, término con el que designan a los brujos y brujas. Claro que nos echamos las manos a la cabeza al escuchar esto, pero… no sé qué es más horrible, si comerse a una persona que es acusada de brujería o quemarla viva.

Pero el sinsentido del mundo posmoderno nos ha dejado perlas mucho más increíbles que rozan el absurdo y dinamitan la fe en la humanidad. Tal es el caso de la autodenominada Iglesia de la Eutanasia, cofundada por la conocida música transgender Chris Korda en Massachusetts en los años noventa. No sé qué es exactamente lo que se les pasaría por la cabeza a los fundadores de este extraño movimiento, pero predican sus cuatro pilares fundamentales como suicidio, aborto, canibalismo y sodomía. Esta suerte de activistas que protestan contra la superpoblación del planeta, promueven el veganismo radical, por lo que debe ser que destinan el canibalismo para sus adeptos no iniciados en las dietas veganas… Por el momento quiero pensar que hay más de humor negro de mal gusto que de realidad verídica en el supuesto movimiento, pero nunca se sabe.

Las noticias de caníbales reales hoy en día salpican los telediarios cuando se trata de asesinos cruentos, personas que a menudo sufren desequilibrios mentales y que nos recuerdan que el mundo está día a día un poco menos cuerdo. La ficción se ha nutrido de monstruos como Nicolas Cocaign —el caníbal de Rouen—, Jeffrey Dahmer o Armin Meiwes —el caníbal de Rotemburgo—, y ha dado personajes tan aterradores como carismáticos, recordando todos al Doctor Lecter que Thomas Harris perpetuó con su pluma —que nada tenía que envidiar al violento asesino de “Un hombre bueno es difícil de encontrar” de Flannery O’Connor—. Un canibalismo que puede tornarse en filosofía de la manera más perversa, como sucede en la primera novela de David Cronenberg, Consumidos (Anagrama, 2016), altamente recomendable y de una exquisitez que poco tiene que ver con el apetito.

Sea como fuere, el canibalismo ha ido evolucionando en la clandestinidad y lo verdaderamente inquietante es la fuerza que posee al haber retomado la característica de ritual originario de las civilizaciones americanas antiguas. El misterio del ritual proviene, muy seguramente, de la misma clasificación como tabú. Al quedarse confinado como algo prohibido, el canibalismo ha ido reforzándose sobre todo en dudosas sociedades secretas o creciendo como leyendas urbanas. Tal es así que hemos podido degustar algunos extraños platos en recetarios televisivos como Masters of Horror o The Hunger.

En el caso de Masters of Horror, el episodio 12 de la segunda temporada, “Los Washingtonianos” (2007), nos muestra una oscura logia que pervive desde que fue fundada por el mismísimo George Washington y que a día de hoy sigue manteniendo el ritual caníbal. The Hunger, si bien en España recibió el poco acertado título de El lado salvaje del deseo, es una serie similar, de capítulos autoconclusivos y poco conocida hoy día, pero que sin duda posee grandes capítulos memorables. En el cuarto episodio de la primera temporada, “The Secret Shih Tan” (1997), narra la obsesión de un maestro cocinero por un antiguo recetario chino que le llevará a cocinar el más inesperado de los platos.

Por lo que, si su estómago se lo permite, siempre es un placer —no del todo culinario— revisitar estas obras, más allá de la monstruosidad caníbal. Pero cuidado, no hay que olvidar que, como dice el refrán, de golosos y tragones están llenos los panteones, así que no se pegue el atracón.

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