Daniel P. Espinosa.
Nekromanteia. Rituales de los muertos.
Editorial Dolmen Books.
Por Pedro Ortega
La dimensión espiritual de mi persona –que no religiosa- me ha llevado a degustar siempre todas aquellas sabidurías que nos hablan del más allá en diversas tradiciones. En mi periplo vital he podido conocer a personajes de elevada espiritualidad como Lamas tibetanos, chamanes navajos, supervivientes de la tradición maya así como diversos popes de religiones precristianas que han vuelto a resurgir en el nuevo milenio.
Pero sí que es verdad que aunque mis estudios académicos me han llevado al ocultismo de finales del siglo XIX no he tenido aproximación alguna a los rituales de magia, tanto blanca como negra, pues siempre he considerado que abrir ciertas puertas podría ser, cuanto menos, contraproducente.
Cuando comencé a leer Nekromanteia y empecé a ver conjuros verdaderos –como bien señala el autor en el epílogo- me sentí fascinado y pensé que quizá la literatura era la manera mas “sana” de tener esta aproximación a tan seductor tema. Y aunque son numerosas las invocaciones y rituales, la verdad es que se me han quedado cortos pero, como reconoce el autor, se los guarda para siguientes novelas, con lo cual creo que voy a seguir con interés su trayectoria literaria.
Bueno, hemos señalado que la magia, concretamente la magia nigromante, es el componente estructurante de la novela pero éste es solamente el escenario de la acción. La novela propiamente dicha hay que incardinarla dentro de la literatura urbana contemporánea: por sus personajes y su contexto, y además muy próxima a la literatura de zombies tan de moda en estos tiempos que corren. Quizá sea este aspecto, el de la presencia continua de muertos vivientes, el que menos me haya atraído de la novela, aunque por otra parte se que es todo un reclamo para los jóvenes lectores tan caros a esta temática.
Quería hacer una reflexión sobre el protagonista de la trama, Etham Loss, un joven nigromante que trata de una manera ambivalente de devolver a la vida a su novia suicida. Lo cierto es que es un personaje para nada empático, siempre impredecible y tan humano que acabará por vender su alma sin un fin demasiado loable, tan solo la supervivencia. Pero hay que convivir con su apatía, quizá necesaria por su condición de levantador de muertos, a lo largo del libro, cuestión que a mí se me ha hecho un poco costosa.
Hago estas reflexiones y críticas desde el respeto y desde la admiración por una profesión, la de escritor de ficción, en la que en los tiempos que corren es tan difícil abrirse camino. Le deseo la mayor de las suertes a P. Espinosa.

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